Publicado en Minirrelato, Relatos

La Reina Roja

Relato de dos páginas, por Guillermo Velasco, 17 octubre 2018

(editado: posteriormente Juan Gómez-Jurado ha publicado el libro ‘Reina Roja’ pero no tiene nada que ver, espero, no me lo he leído).

Una vez más, comienza la batalla: el peón del rey blanco avanza; le sigue el peón del oscuro monarca, luego los caballos y más tarde los alfiles. La batalla es cruenta. El olor a sangre y polvo inundan el ambiente. Multitud de soldados de ambos bandos ya han caído.

Sendos reyes se han enrocado en sus respectivas fortalezas, viendo cómo sus hombres mueren por ellos. Son las reinas quienes salen al campo de batalla a luchar junto a sus soldados, infundiéndoles el ánimo y el valor que necesitan para matar o morir. Ambas siguen fielmente las instrucciones de su señor.

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Microrrelato del heroe cautivo

El heroe cayó en la trampa. El villano lo tenía en sus manos.

Sus lectores se sobrecogieron. ¿Qué sería capaz de hacerle?  ¿Qué podían hacer ellos para salvarle?

Avisaron a otros heroes y heroínas, pero ninguno estaba disponible para ayudarle. Todos estaban muy ocupados haciendo sus respectivas películas, videojuegos, cómics y libros.

¿Iban a quedarse parados?

No.

Los foros hirvieron. Las redes sociales se saturaron. Hubo reuniones en todas las ciudades del mundo para urdir un plan de acción. Se organizaron, se armaron con todo su valor, tomaron la calle, se manifestaron. Los más audaces se equiparon; los más influyentes movieron hilos. Los que no tenían nada, simplemente, unieron sus deseos de libertad para el cautivo. Una inmensa red de lectores cubrió el planeta para salvar a su heroe de las garras del villano.

Su guarida fue localizada. Todo un ejército de hombres, mujeres, jóvenes, ancianos, ejecutivos, carpinteros, enfermeras, músicos, informáticos, abogados, camioneros, pintores, camareros… le rodearon. Algunos sacrificaron sus vidas, pero finalmente el villano nada pudo hacer contra ellos, su poder se redujo a nada, y no tuvo otra alternativa que liberarlo.

El mundo, por una vez, salvó a su heroe.

Este microrrelato se me ocurrió pensando en que porqué todas las historias de heroes son éstos los que salvan a mundo, y no al contrario…  No es un relato muy intenso, pues lo hice como microrelato (menos de 140 palabras, aunque aquí lo he extendido un poquito)  hace un año, pero bien trabajado podría funcionar.

Todos podemos ser heroes.

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La chica de luz y de agua

Me subo al autobús en Majadahonda, dirección Moncloa. Me siento junto a la ventana, a mi izquierda. Delante y detrás de mí, chicas jóvenes que hablan entre sí y se pasan una bolsa de encurtidos casi por encima de mi cabeza. Llueve a cántaros y los cristales se empañan, convirtiendo el mundo exterior en un brumoso sueño que pasa de largo rápidamente. Una parada más adelante, la última hasta llegar al destino, se sube una chica con una gran maleta azul. Se para en el pasillo y se sienta junto a mí. Seguimos el trayecto, más de cincuenta personas que se han reunido durante un instante en un único espacio físico, sin hablar entre sí, y la mayoría no volverán a verse nunca más. Llegando a la altura del hipódromo, el cristal recubierto de una fina capa brumosa se me antoja un lienzo delicado. En ese momento me imagino recibiendo una llamada, y que aquel paño empezase a dibujarse con líneas ondulantes que se expanden hacia todos los sentidos, como ocurre con la felicidad, que lo contagia todo. Llegamos a la Ciudad Universitaria, y mis dedos, atados por mi vergüenza, luchan por alzarse hacia esta pared de luz y de agua. Todo el mundo duerme su sueño despierto, y yo rompo mis cadenas y mi mano acaricia el cristal. Primero, con los dedos separados, trazo las ondulantes líneas del cabello, de las puntas a la frente con el meñique. Luego, una segunda pasada hasta la parte del cuello desde donde el cerebro inyecta las descargas eléctricas del placer al resto del cuerpo. Acto seguido, rodeo la oreja que se descubre sólo cuando ella no está a la defensiva. Dejo caer mi índice desde la frente a la barbilla y el cuello, teniendo especial cuidado en trazar esa nariz perfecta por la cual los dioses nos han castigado a caer en la felicidad y en la miseria. La boca, cerrada pero sedienta del viento que la refresca, deja patente su alegría. Finalmente, ese ojo que mira hacia el infinito, más allá de las penas y las cadenas del destino. Me detengo para no estropear esta sencilla armonía, y devuelvo mi mano al lugar donde designa la cordura. Momentos después, los trazos que han marcado mis caricias van diluyéndose, lloran por su efímera condición, sabiendo que, como el amor desatendido, se borrarán para nunca más existir, hasta que otro loco vuelva a dedicarle un momento de lucidez.

Al llegar a la estación, la chica que iba a mi lado, sorprendentemente para mí, se levanta, me dice «gracias», con una sonrisa, coge su maleta azul y se va. Yo desembarco también, y me dirijo hacia mi propia vida, que me espera.

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La Niña Basura

La Niña Basura

Precioso texto, Guille!!!
13 de junio a las 13:33
Alejandra Eslava Alvarez
Alejandra Eslava Alvarez

De que parte de tu alma sacas esas cosas tan hermosas?
13 de junio a las 17:40

Miriam Pavón de Paz

Miriam Pavón de Paz

Eres un poeta… Es precioso!

14 de junio a las 18:53

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Pequeño texto en «Dazibao» (versión 2.0)

A principios y mediados de los años ’90 existía una sección en el suplemento CAMPUS de EL MUNDO llamada DAZIBAO (actualmente cerrada y borrada). En ella la gente podía escribir mensajes, poemas, quejas… un poco como el «Buzón de voz» del programa Siglo XXI de Radio 3, pero por escrito. A mí me publicaron un par de textos, pero no los conservo literalmente. Uno de ellos era más o menos así, versión «remasterizada 2.0»:

«Abandoné tu ojo, acaricié tu mejilla, me precipié al vacío y me estrellé.
Me evaporé, ascendí, me reuní con mis hermanas, y juntas nos dejamos llorar.
Recuerda: cuando llueva, una de ellas podría ser yo.»

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El tren perdido (bis)

El tren perdido

Una vez más, pacientemente espero mi próximo tren. El día se presenta despejado, mas en el horizonte el sol abandona el cielo que, poco a poco, deja translucir el universo que hay más allá.

Otras personas parecen compartir mi espera, y durante mi viaje veré llegar e ir a otros tantos. Pienso en toda la gente que vive mi situación día tras día, pero no alcanzo a imaginar sus pensamientos más allá de los míos, y mi escudo de miedo me aleja de ellos.

Por fin, llega la hora. La distancia se reduce y el tren acude a su cita. Al llegar a mi altura, comienzo a verme reflejado en él, para comprobar que mi presencia pueda llamar la atención de quien tenga la oportunidad de acompañarme. Mis ropas se agitan ante el viento que produce el gusano gigante a su paso, hasta que se detiene.

Frente a mí, el cristal me deja ver el perfil de una mujer, cuyos rasgos me hacen salir de mi ombligo, y floto, sin abandonar mis pies el suelo y mis ojos a ella. Apenas me doy cuenta de que la gente sube y baja del tren, mientras yo he quedado atrapado en mi locura.

Ante mi éxtasis, ella gira la cabeza para mirarme. Parece sonreirme, y yo, en un vano esfuerzo por ganarme su simpatía, alzo lentamente mi mano para ofrecer mi saludo. Ella, dubitativamente, contesta mi gesto, mientras su sonrisa se torna en todo por lo que merece existir.

Acerco mi mano, y el cristal se vuelve líquido, dejándome entrelazar mis dedos con los suyos. Mis ojos no ven más que sus ojos, y en ellos puedo verme a mí siendo feliz con ella, tan sólo en su compañía, como si fuera poseedor de una obra de arte de valor infinito expuesta en mi salón.

Me doy cuenta de que debo subirme al mismo tren en el que ella viaja; intento buscar las puertas, que han quedado entreabiertas a mi espera, pero cuando acciono el botón, no se cuál es el correcto, y las puertas se cierran. Corro a la siguiente, pero el escalón se me hace inmenso y no puedo llegar a él. Busco la otra puerta más allá, pero el foso que me separa de ella contiene monstruos que devoran mi alma. Sin darme cuenta, el cielo se ha cubierto de nubes, y el sol ya no está para ser testigo.

Corro desesperadamente a la siguiente puerta, pero dentro sólo hay oscuridad, y no me atrevo a entrar, por lo que prosigo en mi búsqueda de una entrada amistosa. Un zumbido intermitente juzga que se me acobó el tiempo. la última puerta se cierra ante mí sin fisuras. Dentro, todo el mundo sigue su viaje. Sólo algunos me dirigen su mirada, con indiferencia, ante mi impotencia para superar mis propios fantasmas.

Unas primeras gotas empiezan a castigar mi espíritu.

Corro para ver, una vez más, a esa mujer que podría salvarme, pero el tren se pone en marcha y no la alcanzo. Ella quizás me recuerde, pero no por mucho tiempo, me dice el corazón, que llora en mi pecho mientras me maldigo, como llora ahora el cielo al verme sufrir.

La estela se devanece, y se pierde tras el telón que cala mi conciencia.

Una vez más, pacientemente espero mi próximo tren…

Guillermo Velasco Navarro. 20-10-2005

Texto escrito bajo la premisa de que tuviera como tema la “pérdida del tren”, para un taller literario.