Publicado en Minirrelato

El Tesorero II

Iniciación a la Novela. Ejercicio de “punto de giro”

©Guillermo Velasco 25-10-2017

Filemón

Aun nos duelen las heridas. Cuando estábamos a punto de conseguirlo, como siempre, el inepto de Mortadelo volvió a meter la pata hasta el fondo, y nos comimos los sopapos del gorila Raphael Heznandovic. Decidimos sentarnos a descansar en el Bar-Cenas Pepe de calle Sénova, y Mortadelo — en esto sí que debo reconocer su “talento”— espantó a un matrimonio que estaba terminando de comer, conviertiéndose en la rata de medio metro que es. Así pudimos tomarnos sus cafés recién servidos, antes de que el camarero se enterase de lo que había ocurrido y nos viese salir con viento fresco.

Teníamos que conseguir entrar en la Sede del PPCP como fuese. Se han dictaminado improcedentes todos los recursos contra las acusaciones al tesorero. Todo esto a puerta cerrada, sin prensa en el juicio. Han metido en la carcel a su esposa, y mañana iría a ser llevado a juicio a declarar. La T.I.A. nos ha enviado a proteger al acusado, antes de que en el PPCP hicieran embutido con él. Pero desde el momento que se ha declarado sentencia, la sede se ha blindado como un contrato de exdiputado. La noticia ha sido bloqueada y no se hará el comunicado de la decisión hasta mañana, por lo que la vida del tesorero podría correr peligro inminente.

Los alrededores del edificio del PPCP —de “Partido Político Comunista Popular”, aunque muchos lo llaman “(mal) Parido Podrido Camorrista Peculiar”— se han establecido decenas de tipos con gafas oscuras y gesto de que les pagan con huesos de votantes de la oposición.

—Habrá que buscar otra entrada, jefe—, deduce con su gran elocuencia Mortadelo.

—Claro, por aquí seríamos devorados in situ, como simples manifestantes.

—Se me ocurre que podríamos entrar por una ventana abierta, o por la azotea. Vamos a probar.

Buscamos la entrada a alguno de los edificios colindantes, y Mortadelo logra introducirse en uno cuya puerta ha abierto una anciana que salía, convertido en cucaracha —sólo a él se le ocurre una forma menos apropiada—, no sin antes conseguir esquivar varios intentos de ser aplastado por la señora. Una vez ésta se ha ido despotricando, Mortadelo me abre desde el interior. Me manifiesta que ha sentido algo extraño en el momento de transformarse, un malestar que no había sentido antes. Subimos al último piso, pero no hay ventana hacia el exterior, por lo que Mortadelo vuelve a convertirse, esta vez en revisor del gas. Cuando le abren, le da un porrazo y me indica que ya puedo entrar. Miramos el edificio de enfrente, la majestuosa vidriera, el “cristal” más sucio y opaco que toda la historia, y vemos cómo una de los ventanales en la 4a planta está ligeramente abierto. Mortadelo vuelve a cambiar de aspecto, pero esta vez lo hace como en cámara lenta, y emite algún gruñido de esfuerzo… Veo cómo su piel cambia de color, su ropa negra muta a rojo y azul, surcado de líneas en forma de telaraña, y su cara no tiene ojos. Me recuerda a espídeman, pero un espíderman ciego. De pronto oigo su voz, pero no sale desde su cabeza, si no de “más abajo”. Miro por su retaguardia, y… le han aparecido como dos parches blancos en el trasero.

—Jefe, no sé qué me pasa— dice con la “boca” tras una tela de licra—, pero desde que estamos cerca de la sede del PPCP cada vez me cuesta más transformarme, y de hecho no he podido controlar toda la conversión. Además, estoy muy débil y no tengo fuerzas para volver a convertirme hasta que no descanse.

—Pero debemos acceder al edificio cuanto antes, no tenemos tiempo que perder— le digo.

—Sí… ya lo sé, jefe. En fin, qué le vamos a hacer—. Abre la ventana, se pone de espaldas a la calle, con el culo en pompa para ver mejor y, levantando una de sus manos por encima del hombre, dispara una red que agarra una antena de la azotea del edificio de enfrente.

—Venga, jefe sujétese a mí que intentamos llegar a esa ventana—. Así lo hago, nos dejamos caer y la tela viscosa nos atrae hacia el cristal, estampándonos, cómo no, justo a unos centímetros de la ventana. Curtidos en hostias mucho más graves que esta, nos limpiamos los cristales que se nos han incrustado por todo el cuerpo y buscamos la oficina del tesorero.

Ante la dificultad de Mortadelo de utilizar su “poder” mutante, optamos por “pedir prestado” la indumentaria e identificación a la mujer de la limpieza, a cuya foto le pinto una napia y dos pelos asomando por encima. Como Mortadelo no puede mostrarse, lo empujo dentro del cubo y le digo que se calle, a lo que responde con maldiciones y onomatopeyas. Busco la planta de Contabilidad, abarrotada de gorilas engafados. Pido acceso a la zona de Tesorería y comprueban mi identidad; mira varias veces, por encima de su gafa, extrañado, mientras yo fuerzo una sonrisa estúpida. Afortunadamente, su capacidad intelectual está a la altura del simio que parece y nos deja pasar.

—Vale, vaya eliminando todo eso, que ya casi no se puede ni pasar—. Por el pasillo hay ordenadores machacados, bolsas de basura llenas de virutas de papel, sobres abiertos y vacíos. En eso, oímos un grito tras una pared, a quien creo identificar como el tesorero. Saco a Mortadelo del cubo, cubierto de grasa y papeles pegados, y le pido que se convierta en algo: un tanque, un martillo gigante, Robocop, Obélix… cualquier cosa con la cual poder tirar la puerta o la pared abajo. Mortadelo me mira con su cara de culo … y ante una situación así le grito en un susurro:

—¡Es una orden!… ¡Mortadelo, yo soy el jefe! ¡Tiene que sacar al tesorero de esta habitación! — a lo que Mortadelo, después de lanzarme un pedo que me huele a odio, comienza a retorcerse una vez más, gimiendo, sangrando, recuperando su color de piel, pero saliéndole una mata de pelo gris engominado hacia atrás, con una cara que me resulta conocida… pero no es Mortadelo. Cuando termina la transformación aparecen dos gorilas preguntando por los gritos, a lo que “Mortadelo”, es decir, el tesorero, responde:

—No es nada, solo estamos eliminando una prueba molesta— y con eso, los gorilas dan media vuelta y se van. Mortadelo, o sea, el tesorero, me mira con cara de desprecio. Antes de que me dé tiempo a recriminarle su gesto, le suena el zapatófono:

—Mortadelo, aborten la misión, el gobierno ha nacionalizado la T.I.A. y me han dado la jubilación anticipada ¡Me voy al Caribe! Ya que no he podido deshacerme de ustedes en activo, me retiro yo. Ahora bien, de su misión no debe saberse nada, como última misión debe eliminar a cualquier TESTIGO, repito, cualquier testigo de lo ocurrido. Filemón deja de ser su superior, ya que ambos están retirados. La vida del tesorero ya no nos incumbe, pueden buscarse otro trabajo… si lo consiguen… Jua, jua, jua…

A Mortadelo… al tesorero, de pronto, se le han iluminado los ojos… una enorme sonrisa le adorna esta cara prestada, y fija su mirada en mí.

—Debo eliminar a “cualquier testigo” … y usted ya no es mi jefe… Mmm… —, dice con un tono tétrico, tirando a sarcástico. Veo cómo tras sus ojos un infierno se aviva y mil rencores pequeños se hacen gigantes.

—¡Mort… — alcanzo a gritar, pero me punta con su pist…

el tesorero II

Mort

—Mort. Me gusta. “Muerte”. A partir de este momento me llamaré así: Mort.

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